Siempre que me cruzo con un caso plagio intento actuar igual, sea quién sea el plagiado respiro trescientas veces y dejo que pase el tiempo hasta conocer el perfilde cada parte, sus antecedentes, reacciones y los detalles del lío. Aunque también admito que cuando el asunto toca personalmente estos tiempos se acortan bastante.
Los plagiadores que se han cruzado en mi camino siempre han sido mediocres sin respeto, gente que suple sus carencias con el trabajo de otros y con muy pocas intenciones de dejar de hacerlo, muchos se escudan en una supuesta tendencia artística consistente en “mejorar” a base de fotochopeo cualquier cosa guapa que encuentran en internet.
Otras veces son principiantes con prisas, sin recursos y sin fondo de maldad, que solucionaron un encargo inspirándose demasiado en trabajo ajeno con el convencimiento de que jamás serían descubiertos.
En este gremio hay muchos que plagian “porque estaba en internet” y creen que con un simple “perdona” y un “no es para tanto” pueden seguir plagiando, pero ya a otros, claro. Pero una vez que el plagiado se pone serio la cosa pasa a lo personal para distraer el plagio, que es de lo que se trata.
Esto puede colar una o dos veces, pero acumular fusilamientos deja secuelas y al final internet no es tan grande como el jeta piensa.
En casi todos los casos de plagio hay patrones en la reacción:
Plagiador es descubierto, plagiado lo cuenta en su fururku o en su red social de cabecera con más o menos cabreo, el personal lo valora y opina, se debate, el plagiador viéndose a culo descubierto se cabrea como un mono.
Y para más risa y polémica, acusa al plagiado de escarnio público con ánimo de lapidación. Para ponerle la guinda al despropósito puede incluso amenazar al plagiado con una denuncia. Sí, por ridículo que suene.
Esto es justo lo que le ha pasado al ilustrador Puño con Elisabeth Nogales, de un plagio, siempre solucionable,”por piezas” (algo que algunos ya llaman con desprecio “unos iconitos”), recibe una respuesta soberbia a la reclamación, de ahí fueron apareciendo en los comentarios de su descubrimiento otros plagios de la susodicha a otros autores, trabajitos que publicados en el diario Público o El Economista y que firmaba como propios.
Arriba imagen de Alex Cherry en Devian Art, bajo licencia Creative Commons Attribution-Noncommercial-Share Alike 3.0 License.
Abajo una presunta versión “inspirada” en la anterior aparecida en el diario Público de la que Elisabeth se atribuye la autoría, se borran unos edificios, se añade un pañuelo, unos cuernos, un sol y …¡obra nueva!.
Y no faltan tampoco los desubicados de las churras y las merinas que relacionan el p2p, la ley Sinde y las descargas con la libertad de plagiar y criminalizan la opinión del ninguneado queriendo mostrarla como agresión, llegando a presentar al perjudicado como el malo del cuento.
El artistucho pasa a ser un nadie, un egoista egocéntrico y orgulloso que se queja por las bravas buscando notoriedad. Y allá que van otros tantos a chapotear en la misma charca a ver si les salpica algo o a rebuscar su vela en el entierro.
Cuando de plagio se habla intento ser lo más justo posible, porque no hay dibujero al que no le haya tocado o le pueda tocar alguna vez, pero hay plagios que tienen poca o ninguna defensa. El de Elisabeth es uno de esos casos.
Al final delatan las intenciones, y esto no es más que un barrio en el que se puede jugar límpio y reclamar respeto o ir de pisa curros y rebozarse en mierda en un momento.