Cuando dejas una compañía de telefonía móvil, sabes que hay una posibilidad muy alta de encontrarte en manos de otra aún peor.
Y así ha sido. Si Movistar era una empresa sorda y con servicios caros, capados y malos, Vodafone se mueve con el peor servicio de atención al cliente que he conocido, fui cliente hace unos años y ha ido a peor.
Una llamada para un trámite simple, o no, puede empezar por el 122 y pasar por seis ó siete números y personas diferentes que te derivan de uno a otro, para llevarte nuevamente al 122 donde te volverán a decir que ese no es el número al que hay que llamar. No importa que seas autónomo o empresa, particular, amable o serio, se cepillarán tu paciencia sin contemplaciones.
Las personas que idearon ese entramado cabrón de opciones grabadas son unos torturadores en potencia, desvíos y automatismos que te encierran en un menú que en la mayoría de los casos es un laberinto sin salida.
Pueden preguntar por tus datos seis millones de veces, negar la existencia de tus consultas o peticiones anteriores, hacerse los locos cuando pides el número de incidencia o consulta, dejarte a la espera durante el tiempo que les parezca y hasta colgar la llamada para que se te quiten las ganas de volver a empezar.
Algún organismo regulador debería cortarles el rollo porque es un pitorreo (como sus respectivas cuentas inútiles en Twitter, con sus marketinianos, charlatanes y chisposos community managers al frente)
Pero mientras esto sucede, sólo deseo localizar al cerebro que ideó ese sistema automático de atención al cliente para charlar un rato con él, aunque ya le anticipo que la diplomacia no es mi fuerte.