Parece que fue ayer, y ya ven. La noche del próximo 14 de abril toca aniversario: cien años justos desde que el Destino, que tiene ganas de guasa, puso un iceberg en mitad de la ruta del Titanic. Barco publicitado como insumergible, tecnología ultramoderna, primer viaje, 2.228 personas a bordo entre pasajeros y tripulantes. La mar lisa como un plato. Y zaca. Cubitos de hielo en la cubierta de estribor, desgarro bajo la línea de flotación, y al fondo. Millar y medio de ahogados preguntándose cómo ha podido pasarme esto. Glú, glú. Después, un siglo de leyenda, libros, películas: la de Kate Winslet y Leonardo di Caprio, estupenda. La protagonizada por Clifton Webb, prescindible y mediocre, incluso mala. La mejor, en mi opinión, la más rigurosa y perfecta -la he visto docenas de veces, y sigo haciéndolo- es La última noche del Titanic, dirigida por Roy Baker sobre un guión nada menos que de Eric Ambler, basado a su vez en un libro conciso y magnífico de Walter Lord, A Night to remember -así se titula la película en inglés-, que ninguna de las obras posteriores logró superar nunca. El libro de Lord, publicado en 1954, acabo de verlo en bolsillo, recién reeditado, con el mismo título: La última noche del Titanic. Así que quien quiera saber exactamente lo que ocurrió a bordo entre el 14 y el 15 de abril de 1912, no sé a qué espera, si tiene una librería cerca. O lejos.
Ignoro si les pasa a ustedes. A mí, aquella tragedia me trae a la cabeza naufragios y desastres más recientes. Y como ese Destino al que mencionaba antes no tiene sentimientos y le gustan las paradojas, y por otra parte soy de los que imaginan a una especie de dios borracho, o bromista cósmico, tronchándose de risa con los afanes de las miserables hormigas que corremos bajo su bota, la coincidencia de fechas entre el aniversario del Titanic y la que está cayendo no me parece casual. Por el contrario, creo que todo responde al mismo plan. A la naturaleza de las cosas. A la misma estupidez colectiva que ahora ocupa el lugar de la inteligencia y el ingenio que durante siglos nos hicieron progresar y ser mejores, hasta que dejamos de serlo.
No sé si consigo explicarme. Consideren lo que el Titanic simboliza hoy. Las tripas del asunto. Dejen de lado la parte sentimental, si pueden. La compasión natural por las víctimas, las emociones y otros elementos perturbadores del buen juicio. Mírenlo con objetividad fría, como nos mira ese bromista al que me referí antes. Dos mil y pico infelices, desde sofisticados millonarios a...